lunes, 23 de febrero de 2015

el colectivo se come las horas, los kilómetros y mis ganas al mismo tiempo, traspasa la oscuridad de la ruta que, del lado de adentro de las ventanas, el foquito que ilumina con esfuerzo las hojas de mi libro -llenas de palabras que quisiera leerte- apenas puede romper, dentro de este espacio tan lleno de gente que está tan consigo misma, como yo, que vengo hundida en historias que me cuentan algo de mí, y de vos, y de lo que tuvo un momento para ser o para dejar de ser o para suceder o para no suceder, y sin embargo.
el colectivo sigue avanzando y llevandome a la ciudad que me espera y pienso en cuànto me gustaría llegar a casa y que estés, qué lindo volver a casa y que vos también hayas vuelto a esta casa que la ultima vez que te vio era otra, como yo. y qué lindo si llegara a casa y estuvieras, cocinando mientras la música llena el living y la cocina, o tendida, relajada y feliz, en el sofá. leyendo o escribiendo o concentrada en la guitarra o en la luna que se ve asomada al patio. o más lindo aún, encontrarte con la casa a oscuras -como aquella noche-, la música sonando bajita ahi donde te olvidaste de apagarla, o quizás la dejaste para que me espere, para que me de la bienvenida, dormida vos en la cama, rendida después de un día largo que mañana me contarás, por ahora me deslizo a tu lado, bañada y libre del sudor del viaje, lista para sumarme a tu sueño y en eso te despertás, y me tocas como por primera vez -como aquella noche-, como si fuera cierto aquello de que de los viajes siempre vuelven otros vistiendo nuestros cuerpos.
abro la puerta, y las ventanas, y riego las plantas y guardo aquí todo esto que no construye ningún puente, pero te trae. aunque no vayas a estar en un día futuro, aunque no tenga ni haya tenido ni pueda yo hacer nunca un jardín donde quisieras quedarte.